[AVISO: Este reportaje es, en realidad, antiguo. Está escrito en junio de 2016 y por, tanto, los datos que en él se dan, aunque en su momento eran exactos, no se corresponden con los actuales. Lo escribí con la idea de publicarlo en un medio, pero por cosas de la vida se quedó guardado en el cajón y ahora no me parecía honesto publicarlo tal cual... Aún así, creo que la historia que cuenta merece ser contada, así que por eso resucito mi antiguo blog para publicarlo. Espero que os guste.]
Caroline y la familia siria de acogida en una de sus primeras fotos de grupo. |
Cuando el pasado 3 de
abril Jordi Évole le preguntó a Mariano Rajoy por qué España todavía no había
recibido ni a 20 de los 16.000 refugiados que se comprometió a acoger en su día,
el presidente del Gobierno en funciones le contestó que, desgraciadamente, “las decisiones que toma la Unión Europea
(UE) no van todo lo rápido que me gustaría”.
Nuestro país aceptó en
septiembre la reubicación de 16.000 refugiados. Sin embargo, hasta la fecha, sólo
han llegado 124, según ACNUR. Y aunque esta cifra no supone ni un 0,7% del
total asignado a España, esto no impide al Ministerio del Interior difundir comunicados de prensa en los que afirma que somos el cuarto país de la UE que
mayor número de refugiados procedentes de Grecia e Italia reubica.
A pesar de que Rajoy se esforzara en subrayar
en aquella entrevista que España no era el único país que estaba incumpliendo
sus cuotas porque “estas cosas van lentas”, lo cierto es que hay claros ejemplos
que demuestran que la realidad puede ser otra para miles de personas. Existe un
país que, desde el otro lado del charco, está dando una lección a toda Europa
sobre cómo integrar a aquel que lo ha dejado todo atrás. En Canadá, el famoso
#RefugeesWelcome es más que un hashtag de Twitter o un cartel colgado en la
fachada de un Ayuntamiento.
Desde noviembre, el país norteamericano ha dado
la bienvenida a 27.580 sirios que han llegado a suelo canadiense para empezar
una nueva vida lejos de la represión y la violencia. De todos ellos, más de
9.000 han sido reubicados a través de un sistema de acogimiento del que tanto
el gobierno como la ciudadanía se sienten bastante orgullosos. Se trata del
programa Sponsor a Refugee, cuya traducción literal sería algo así como “esponsorizar
a un refugiado”, aunque quizás un término que se entienda mejor en castellano,
aunque tampoco le sería del todo fiel, sería el de “apadrinamiento”.
Este plan, dotado con 100 millones de dólares
canadienses -unos 68 millones de euros
-, se lanzó en noviembre, tan sólo unos días después de que el Primer Ministro
Justin Trudeau alcanzara al poder. En él quedaba establecido que, de los 25.000
solicitantes de asilo que llegaran al país, una gran parte sería reasentada por
la Administración, pero otra, por los propios ciudadanos.
Ciudadanos anónimos
Así, los canadienses que quisieran participar
en la acogida de una familia refugiada podían hacerlo a través de un programa
específico en el que, de forma privada, ayudarían a un grupo de refugiados a empezar
de cero en su país. El Gobierno estableció cinco como la cifra mínima de
ciudadanos mayores de 18 años que podían agruparse para poner en marcha todo lo necesario para acoger
a una familia: vivienda, ropa, transporte, atención sanitaria o ayuda con el
idioma, entre otros.
Elizabeth Bromstein es una de las fundadoras de
estos grupos de acogida. Publicista de 44 años y con una hija de tres “que está
deseando conocer a su nueva amiga”, la niña de dos años hija de la pareja de
sirios que su grupo, formado por 12 personas, acogerá en breve, cuenta que
decidió formar parte de esto, sencillamente, “porque era lo correcto, lo que
había que hacer”. “Mucha gente quiere
ayudar con muchas cosas que van mal en el mundo pero no sabe por dónde empezar,
y lo bueno del programa de ‘esponsorización’ es que te da una solución clara,
algo que realmente puedes hacer”, explica.
Dijimos 'ya es suficiente'
A Caroline Pandeli, cineasta e hija de padre
sirio, la guerra en el país donde pasó todos los veranos de su infancia le
hacía sentir impotente. Aunque quería, no encontraba forma de ayudar. Pero
entonces llegó la foto de Aylan, ese niño de tres años que apareció muerto en la
playa turca de
Bodrum tras hundirse la barca en la que huían. A raíz de su publicación, dice, “la
gente a la que conocía empezó a actuar de una forma nunca vista. Fue el momento
en el que los canadienses dijeron, por fin, que ya era suficiente”.
A
raíz de la foto que dio la vuelta al mundo, una de sus compañeras de trabajo
creó un grupo en Facebook en el que anunciaba que, como madre, no iba a
quedarse de brazos cruzados ante esa situación, y que iba a hacer lo que
estuviera en su mano para ayudar. Caroline le escribió, y poco a poco, se
juntaron seis personas dispuestas a
acoger a una familia.
Antes
de empezar los trámites de acogida con el Gobierno, realizaron una gala para
recaudar fondos en la que consiguieron 34.000 euros. Con el dinero en sus manos,
pusieron en marcha el papeleo esa misma semana. Así, Caroline y otras cinco
personas más dieron la bienvenida, en febrero de este año, a una familia de
tres miembros procedente de Homs (Siria), que hasta entonces había estado
viviendo en un campo de Beirut (Líbano) esperando a ser reasentados en otro
país.
Caroline y la familia siria de acogida llevan juntos a los niños al parque. |
Como un intercambio
Al aterrizar
en Canadá, explica Caroline, “estaban muy confundidos y asustados, no sabían
nada del programa de ‘apadrinamiento’, y tuvimos que explicarles en qué
consistía”. “Una hora más tarde, ya se referían a nosotros como “su familia” y
estábamos echándonos fotos juntos”, dice esta joven de 30 años, que explica que
ella y el resto del grupo les han proporcionado a la familia un apartamento
amueblado, les han ayudado a buscar médico, a abrirse una cuenta en el banco, a
contratar Internet y teléfono móvil y a aprender inglés, entre otras muchas cosas.
“Pero
lo más emotivo y quizás menos esperado es que, al final, esto acaba siendo más bien
un intercambio: ellos me han dado a mí tanto como yo a ellos, no sólo porque me
hayan conectado con mi pasado sirio, sino porque me han dado perspectiva. La
posibilidad de, como ciudadana, poder acoger a una familia refugiada te hace
darte cuenta de lo lejos que pueden llegar tus acciones”, explica esta
canadiense, que cuenta que se reúne habitualmente con sus amigos sirios para
tomar café, hacer picnics en el parque o llevar a los niños a actividades
extraescolares.
Caroline y el grupo de acogida comen habitualmente con la familia siria. |
Según
ha establecido el Gobierno, los ciudadanos deberán hacerse cargo de los gastos
de la familia refugiada durante los 12
primeros meses desde su llegada a Canadá o hasta que sean autosuficientes. “La
mayoría de los programas duran un año, pero en algunas ocasiones la asistencia
puede alargarse hasta tres”, explican desde el Gobierno, que ha
puesto en marcha una web en la que piden a las empresas que se impliquen
directamente y contraten a personas refugiadas. Como la autosuficiencia es, precisamente,
el objetivo último del programa, los miembros del grupo deben ayudar a los
adultos de la familia refugiada a buscar trabajo, pero nunca podrán forzarlos a
aceptar cualquier oferta que les llegue.
Familias a la espera
La
familia de Caroline ya está a medio camino. El padre ha encontrado trabajo en
una carnicería, y en estos momentos, el grupo
está trabajando para que la madre pueda cumplir su sueño de abrir una
peluquería.
Sin
embargo, la familia a la que Elizabeth y sus compañeros de trabajo acogerán
todavía no ha llegado, ni se sabe cuánto lo hará. Podría ser dentro de unas
semanas o incluso meses. Tal y como explica ella misma explica, “creo que el Gobierno
se dio mucha prisa con las primeras 25.000 solicitudes, pero luego paralizó las
otras, y nosotros estamos listos para recibir a nuestra familia y hemos
trabajado muchísimo para que esto sea posible, pero no sabemos cuándo van a
venir”. Su visión es parecida a la de Caroline, que sostiene que hay “muchos
grupos con pisos totalmente amueblados y el dinero preparado pero cuyas familias
no tienen fecha de llegada”.
Elizabeth
también pone de manifiesto que, desde su punto de vista, acoger a 25.000
personas no es algo descabellado para un país como el suyo: “A la gente de
Canadá le encanta presumir de esto, pero la realidad es que podemos permitirnos
ser generosos. Otros países, como Turquía, sí están literalmente desbordados,
pero Canadá no está en esa situación”.
Mejor integración
Por
su parte, Caroline cree que no debería de existir un límite al número de
refugiados que los ciudadanos canadienses pudieran acoger: “Ésta es una forma
muy efectiva que tienen los países de lidiar con esta crisis, porque no consume
recursos del Estado y está demostrado que los refugiados que son acogidos por
ciudadanos se integran mejor que los que son asistidos por el Gobierno”.
Aunque
es difícil contrastar la veracidad de tal afirmación, lo cierto es que el
relato de Caroline habla por sí mismo. Por el momento, ambas partes están más que
felices con cómo ha ido todo. “La semana pasada estuve de vacaciones en París,
y toda la familia me llamó para decirme lo mucho que me echaba de menos.
También han comprado un regalo para el cumpleaños de mi sobrino, porque
aseguran que mi familia es su familia. Son sólo dos ejemplos de lo mágico que
es este programa”, explica entusiasmada.
El hijo sirio de la familia de acogida, de cuatro años, sonríe en Toronto. |
Al
mismo tiempo, las personas a las que han ayudado a empezar una nueva vida se
están adaptando muy bien a su nuevo país.
“El otro día, sin ir más lejos, íbamos con ellos por la calle cuando
saludaron a una familia canadiense. Les preguntamos de qué los conocían y nos
dijeron que los habían invitado a tomar café la tarde de antes. La hospitalidad
árabe es increíble y no conoce fronteras”, dice Caroline, que cree que los
sirios a los que han dado la bienvenida están muy agradecidos “no sólo porque
se les ha dado una segunda oportunidad en la vida, sino porque se ha hecho con
respeto y dignidad”.
Mientras
que de un lado del mundo lleguen historias de éxito como estas, Europa celebró
hace pocos días el Día Mundial del Refugiado inmersa en una crisis que está
poniendo en peligro sus propios cimientos fundacionales y que no parece que
vaya a solucionarse con el acuerdo firmado con Turquía. Van pasando los días y
cada mañana aparece una nueva foto, una
nueva historia, un nuevo escándalo que revela la incapacidad –o la falta de
voluntad- del viejo continente para dar una salida digna a miles de personas.
La idea de Austria de internar a los refugiados en islas es sólo la última
ocurrencia dentro de una sucesión de infamias. Los compromisos están ahí, pero
sea por la razón que sea, no se cumplen.
Pero
los ejemplos existen. Ahí está Canadá, que a través de un sistema,
probablemente mejorable, y con certeza
imperfecto, ha acogido ya a más refugiados que Suecia, Bélgica, Portugal,
Finlandia y Austria juntos. Y lo ha
hecho dándoles a los ciudadanos la posibilidad de participar de primera mano en
este proceso: “Gracias a este programa me he dado cuenta de lo poderosa que es
la gente corriente. Hemos sido capaces de crear puntos de información, grupos
de donación de muebles, de ropa y mucho más. Nos hemos convertido en una gran
comunidad que ha conseguido hacer ver a nuestro Gobierno, y a todo el mundo, lo
decididos que estábamos de ayudar a otras personas”, concluye Caroline.