De nuevo haciéndole publicidad gratuita a Netflix. Qué le voy a hacer. Si es que a mí cuando me gusta algo, me entrego.
Llegué a 'Master of None' por casualidad. Creo que Netflix me la recomendaba después de haber visto 'Love Sick' (bastante buena) y la genial 'Please like me'. Me gustan este tipo de series que, como 'Friends', la diosa del Olimpo en este campo, no hablan de nada particular pero hablan de todo al mismo tiempo.
Y 'Master of None' es así. Esta comedia sencilla y sin pretensiones, protagonizada, escrita y dirigida por Aziz Ansari, consigue crear un universo totalmente identificable para cualquiera que ronde la treintena y, sin quererlo, se plantee de alguna forma su existencia. Los millenials, supongo.
Con un sutil sentido del humor, la serie nos cuenta la vida de Dev Shah, un actor en ese momento de transición que se pregunta cuándo encontrará su sitio en el mundo. 'Master of None' nos cuenta cosas de lo más mundanas, como qué significa amar en tiempos de Tinder, comprobar que tu trabajo no es aquello que esperabas o ver cómo tus amigos se casan y tienen hijos mientras tú no sabes si te apetece seguir viviendo con quien vives.
Pero al mismo tiempo, y con una maestría asombrosa y un lenguaje muy cinematográfico -comedia de autor, que lo llaman-, Ansari saca otros temas como el racismo (dos actores indios en una misma serie convertiría al show en una serie "para indios"), el sexismo, la vejez, la soledad o la religión. Pero lo hace sin dramas ni juicios morales, sólo exponiendo la situación, mostrando que está ahí aunque no sepas la solución. Como la vida misma.
Con sus dos temporadas, la serie consigue que nos encariñemos de este hombre corriente que hace de su ciudad (Nueva York primero, Módena después y más tarde otra vez la Gran Manzana) un personaje más de la historia. Aziz Ansari sabe lo que se hace, sabe lo que te quiere contar y sabe, además, que lo vas a entender, porque te ha pasado, porque te está pasando.
Por eso me gusta tanto esta serie: porque es como un milagro. Es como un milagro que alguien haya puesto la pasta encima de la mesa para crear un producto que no va sobre ninguna historia trepidante, sino sobre lo que significa estar vivo y ser joven en nuestra era. Y encima, el resultado no sólo es bueno, sino que es aire fresco: innovador, diferente, divertido y bonito. Que le hayan dado el Emmy a mejor guión de comedia es sólo un detalle.
Pues eso, que una vez más, soy fan. Y que quiero ya la temporada tres. Vamos Aziz, majo, ponte a escribir.
pd: y como ya hice con '13 reasons why', os pongo un temazo que he descubierto gracias a la serie. ¡Me encanta!
Así soy yo. Objetiva desde el título hasta el punto final. Cuidado que hay spoilers.
Pues resulta que acabo de terminar de ver '13 reasons why', o 'Por 13 razones' en español, y estoy en shock. En shock por lo durísima, bonita, divertida, especial, triste y necesaria que es. God Bless Netflix.
Para los que no la hayáis visto, o para los que la hayáis visto pero no hayáis buceado mucho en la intrahistoria que tiene detrás, deciros que la última gran apuesta de Netflix ha generado bastante polémica a lo largo y ancho del mundo. '13 reasons why' narra la historia de Hannah Baker, una adolescente que decide suicidarse porque no soporta más el acoso y la violencia que sufre. Y antes de hacerlo, deja grabadas 13 cintas en las que explica los motivos que le llevaron a tomar su decisión. Cada cinta va dirigida a una persona: una para Jessica, otra para Bryce, Justin, Zach, Alex, Courtney...
Por tratar un tema tan delicado, la serie ha suscitado mucho debate. En algunos institutos han llegado incluso a tomar la absurda medida de prohibir hablar de ella, argumentando que podría incitar a quienes la ven a seguir el ejemplo de la protagonista. Acusaciones de las que, a mi parecer, Netflix ha sabido defenderse muy inteligentemente. No sólo ha creado una web sobre acoso escolar en la que puedes encontrar información y ayuda tanto si eres víctima como si eres testigo, sino que además está utilizando a los propios actores de la serie para concienciar sobre el tema.
Porque sí, la serie muestra el acoso de manera explícita, y hay escenas que no son nada agradables, ¿pero de qué otra forma puede hablarse sobre esto? Los pájaros vuelan, el mar es salado y la mierda apesta. No hay más. Y de todas formas, mientras algunas escenas son duras, hay otras tantas que son preciosas. Porque la vida, y especialmente la adolescencia, es así, y la serie habla exactamente de eso: de la adolescencia, esa etapa vital que tanto marca a las personas.
Y la refleja, creo, de una forma muy fidedigna: como la montaña rusa física y emocional que son esos años en los que fingimos que no nos preocupa nada lo que piensen los demás de nosotros cuando, en realidad, no podría importarnos más. La adolescencia son hormonas, son luchas de poder por la popularidad, son amistades que vienen y van, son líos, amores, sexo. Son padres que no entienden, profesores que no entienden, un mundo que no entiende. Todo eso es la adolescencia y todo eso es lo que cuenta 'Por 13 razones'.
Otra cosa que hace la serie, y lo hace de forma magistral, es sacar a la palestra otro de los grandes problemas de nuestra sociedad, y por qué no decirlo, de los jóvenes: el machismo. Porque una de las tantas cosas que Hannah nos enseña es que el acoso no es igual si eres chica que si eres chico. Vamos a ver cómo lo digo para que se me entienda (quien no quiera no lo hará): no es que el acoso sea más llevadero si eres chico, es que una chica que sufre bullying, sufre bullying y más cosas. Y esto es algo que queda perfectamente reflejado en el capítulo de la famosa lista.
Y esta es otra de las razones por las que me ha gustado tantísimo esta historia: porque habla sobre el acoso escolar pero va mucho más allá, se fija también en los satélites que orbitan alrededor de él. Saca a la luz todas esas pequeñas - y también las más grandes- violencias cotidianas que se van posando sobre ti, que se te van acumulando y que, en un micromundo tan opresor como el que puede llegar a ser un instituto, pueden ser demasiado.
Porque la serie habla, en realidad, de lo que significa ser mujer en un mundo en el que todavía imperan esos estereotipos de género que tantísimo daño hacen. Un mundo en el que todavía falta muchísima cultura del consentimiento, y en el que ese miedo tremendo que nos han inyectado como carcoma, esa peste negra que es ser considerada "una puta" o "una tía fácil", puede más que la verdad o la fuerza necesaria para ser tú misma sin importar el qué dirán.
Como decía, aunque '13 reasons why' cuenta cosas muy fuertes, también señala esos detalles que pueden parecer nimios pero no lo son en absoluto, y que estoy segura que toda mujer que haya visto la serie habrá entendido desde el minuto uno. Y eso en un país en el que el 4,9% de chicas adolescentes ya ha sido víctima de algún tipo de violencia y en el que una de cada cinco puede ser víctima de malos tratos porque justifica el sexismo y la agresión como forma de enfrentarse a los conflictos, según un estudio realizado por el Ministerio de Sanidad, pues es muy importante, qué queréis que os diga.
Pero tampoco esto, por mucho que a mí me entusiasme, es lo más importante de la serie. Lo más importante, y a la vez más triste, es que cada uno de estos 13 capítulos nos hacen enfrentarnos a la dura realidad de lo que pudo ser y no fue.
A la dura realidad del daño que hacen las palabras que no se dicen, los besos que no se dan, el apoyo que no se presta, las súplicas que se ignoran. A la dura realidad de que, muchas veces, la vida no da segundas oportunidades, de que ya no hay vuelta atrás. De que pocas cosas son tan irreversibles como la muerte y de que nada te tortura más que no haber visto - o no haber querido ver- lo que estaba delante tuyo.
Estas son , en fin, mis consideraciones más básicas sobre esta serie que, lo siento, le ha quitado a 'Stranger Things' el puesto de serie que más me ha gustado en los últimos tiempos. Aunque hay algunas más, pero estas son ya muy obvias: que cómo mola la banda sonora de todos y cada uno de los capítulos, que por qué los institutos americanos - o perdón, 'campus'- son tan tan guays , o que por qué hay padres tan pesados que entienden tan poco a sus hijos y que parece que fueron jóvenes hace un millón de años.
Y por supuesto, que es a lo que verdaderamente yo he venido aquí: a decir que me encanta Hannah, que es un amor de chica y que quiero pensar que si hubiera estado en mi clase yo no le habría dado de lado. Pero por encima de todo, que me encanta Clay, que soy súperfan de los Clays (siempre lo he sido), que ojalá hubiera más gente como él, porque es el tío más bueno, listo, guapo y sexy de todo el insti. Hala, ya lo he dicho. Y que Hannah y él deberían estar juntos para siempre. O al menos hasta que a ellos les apetezca. Pero qué pérdida de tiempo todo lo demás.
Por último, decir que, por si no ha quedado claro ya, no creo que esta serie deba censurarse. De hecho, se la recomiendo a todo el mundo: adolescentes, padres y profesores.
Y para despedirme pongo este temazo que he descubierto gracias a la serie y que salía en el episodio del baile del instituto en el que yo morí de amor. "Can you do that? Can you stick with me?" Lloro.
Hoy he leído este artículo en Twitter. Según he visto, ha sido publicado en 'Socialismo libertario'. Al leerlo no he podido evitar coger el móvil y volcar en él todas las cosas que me vienen a la cabeza al hablar sobre este asunto. No es esta una réplica a este artículo concreto, ni espero que así lo entienda su autora, ya que esta misma opinión la he leído más veces en otros medios. Lo de aquí es un comentario general sobre lo que percibo en este debate que últimamente parece haber saltado a la palestra. Así pues, allá voy:
Para empezar, parece ser que algunas personas olvidan que cuando se habla de la gestación subrogada estamos hablando de seres humanos. Esto afecta a personas reales de carne y hueso a las que este tema les toca directamente de una forma muy profunda, así que, en general, creo que algo más de respeto y cariño para acercarse a su realidad no estaría mal.
Segundo: estoy muy pero que muy cansada de las mujeres que se dedican a repartir carnets de feministas al resto. Que por cierto, ¿quiénes son las feministas? ¿Feminista no es cualquier persona, hombre o mujer, que crea en la igualdad? ¿O es necesario militar en algún partido o sindicato feminista para poder autodenominarse feminista? Porque si es así, que me avisen. Y es que leyendo estas cosas, una se pregunta: ¿qué nivel de feminismo tendré yo convalidado? ¿Un C2? ¿Un C1? Tras las campanadas de este año defendí el derecho de Cristina Pedroche a vestir lo que le diera la real gana para hacer su trabajo, por lo que quizás mi estatus feminista haya bajado tras mis opresoras palabras. ¿Debo de tener miedo ahora a ser degradada de nuevo según los parámetros oficiales del feminismo por defender que no todo es negro o blanco en esta cuestión, y por decir que estoy muy harta de que, una vez más, a las mujeres se nos diga qué podemos o no podemos hacer con nuestro cuerpo?
Pensar que toda mujer u hombre que recurre a la gestación subrogada es un espécimen perfecto de la maquinaria del patriarcado, un aburguesado explotador de chicas sin recursos que ceden sus vientres para poder salir adelante aún a costa de su estabilidad física y psicológica es desconocer la realidad y ser muy pero que muy simplista. Y esa actitud deliberada hace daño a mucha gente.
Que existe la explotación es seguro. Que existe la mala fe, también. Que existen clases en este mundo y que con dinero se llega antes a todas partes está clarísimo. Pero tampoco es menos cierto que las mafias surgen allá donde no hay ley, y es por esto que una norma que proteja y dé seguridad a todas las partes es la mejor opción.
Quienes recurren a la gestación subrogada no son parejas buscando la pureza de la sangre en forma de vástago que gestar en el vientre de una pobre mujer, son personas cumpliendo su deseo de ser padres o madres. Simple y llanamente. Que a algunos este deseo les parezca algo nimio, o una tontería cursi a la que deben renunciar porque "a veces la naturaleza no quiere" es injusto y egoísta. Averiguar por qué cada padre se decanta por una u otra opción es algo que ni a mi ni al resto del mundo le corresponde juzgar. Y por cierto: las adopciones no son gratuitas ni fáciles. Son una opción perfectamente legítima y que no veo por qué debe de competir con otros procedimientos, pero son también un proceso con muchísimo desgaste emocional al que no todo el mundo puede acceder. Y lo de nombrar a los refugiados para desacreditar una vía de ser madre o padre me parece sencillamente asqueroso.
Si de verdad se quisiera tener un debate serio sobre este asunto, estaría bien dejar de mezclar churras con merinas e informarse un poco, y saber que existen fórmulas que a día de hoy funcionan para evitar el sombrío paisaje que algunos pintan sobre este tema, que sin duda existe en ciertos lugares y que debe ser perseguido.
En California, por ejemplo, la gestante ya debe de haber sido madre para poder gestar el bebé de un tercero, y además debe tener un nivel socio económico medio-alto para someterse a este proceso. En otros países como Canadá, la explotación se evita eliminando la contra prestación económica. Y sí, en Ucrania, India o Tailandia es todo un desastre, pero precisamente por eso es necesaria una regulación.
No soy ni mucho menos una activista de la gestación subrogada. Les aseguro que hay muchas banderas que enarbolaría antes que esta (la del feminismo sin ir más lejos), pero me enerva que una vez más me digan qué puedo o no hacer con mi cuerpo y mi inteligencia, y que encima para justificarlo me cuenten la milonga de que es por mi bien.
Si una pareja o una persona soltera quiere tener un hijo pero no puede gestarlo y encuentra a un mujer que está dispuesta a hacer eso por ellos, haya o no dinero de por medio, no veo cuál es el problema si todo se hace de forma legal, respetuosa, sana y de mutuo acuerdo.
Me encantaría que no nos dedicásemos a lanzarnos unos contra otros y pudiéramos hacer algo por la felicidad de muchas personas para las que este tema es importante. Un poco más de empatía y menos ganas de juzgar las acciones ajenas, lo sentimientos que desconocemos y las angustias que no hemos vivido no nos vendrían nada mal. En general.
Hoy, con un poco de calma, escribo sobre uno de "los temas del momento": el vestido de Cristina Pedroche para dar las campanadas.
La verdad es que no estuve muy pendiente ni de la tele ni de las redes sociales esa noche, con lo cual, tampoco estoy totalmente al tanto de lo que se dijo o se dejó de decir sobre el tema.
Me tomé las campanadas una hora más tarde que el resto de los españoles, ya que estaba en Canarias, pero sí que a las 00:00 hora peninsular encendí la televisión para ver el ambiente en Sol y sentirme conectada a mi familia, que en ese momento estaba despidiendo el año lejos de las islas.
Hice zapping por todas las cadenas, y evidentemente, vi los looks de las presentadoras. Y el de la Pedroche fue el que más me gustó. Creo que era un vestido bonito y acorde a la persona que lo llevaba y al momento que se estaba viviendo. Pero eso es irrelevante, porque aquí nadie está hablando de un vestido.
Como he dicho, el 31 no estuve siguiendo las redes, pero los días posteriores sí que he visto algunos comentarios que amigos y conocidos han compartido en Facebook y Twitter. Y lo que leí es propio de una sociedad que sigue juzgando con una vara de medir distinta a mujeres y hombres.
Leí que era imposible que una mujer aceptase de manera libre ir vestida de esa forma, que es casposo y misógino poner allí a una persona solo por su cara bonita, y que esta mujer, además, es un ejemplo pésimo para el resto de mujeres que quieren ser libres e independientes.
Lo primero: hasta donde yo sé, y corríjanme si me equivoco, Cristina Pedroche no ha decidido representar a las mujeres de nuestro país. Hablar o actuar en nombre de todo un colectivo es una responsabilidad enorme que no creo que la presentadora haya decidido asumir. Con lo cual, con ese vestido no creo que quisiera dar ejemplo de una u otra cosa a nadie más que a sí misma. Y lo más importante: tampoco creo que deba hacerlo.
Lo segundo:Al parecer, hay personas que no entienden que ante una noche tan especial, en la que vas a hacer algo tan importante en directo ante miles de personas, una persona decida ir guapa, verse bien, estar a gusto y dar la que ella considera que es su mejor imagen.
Al parecer, si enseñas más carne de lo que ellos consideran que es apto para la lucha contra el heteropatriarcado es porque te están obligando a ir así, porque parece ser que se asume que tú no tienes capacidad de decisión y aceptarías órdenes sobre tu aspecto sin rechistar. Nadie se para a pensar, entiendo, en lo machista que es dar por sentado que una mujer simplemente no cuestiona nada de lo que le dicen.
Supongo, además, que todas esas mujeres que han criticado a la presentadora diciendo lo horrible que es que en una noche gélida una mujer esté pasando frío mientras un hombre a su lado lleva manga larga y chaqueta, no se pusieron un vestido en Nochevieja. Y si se lo pusieron, era de lo más abrigado. Supongo que, dado que lo de las campanadas les pareció sumamente machista, también se lo parecerán otros eventos como la entrega de los Goya: una gala realizada siempre en una noche invernal de Madrid en la que los hombres van enfundados en sus smoking pero es anecdótico que una mujer lleve los brazos cubiertos.
Igualmente, supongo que cada vez que esas mujeres que tanto han criticado a Pedroche salen de fiesta, nunca pasan frío o llevan unos zapatos incómodos, sino que siempre van con pantalones de pana y cuello vuelto porque eso es lo que fomenta la igualdad. Supongo que nunca llevan escote, ¿porque sabéis qué?, los hombres nunca llevan escotes ni insinúan su sexualidad como nosotras, así que ellas tampoco lo hacen.
Además, no se por qué, me da que quienes critican a Pedroche por ir como le da la real gana a hacer su trabajo son las mismas que están en contra de que las mujeres musulmanas lleven velo, porque obviamente, estas también lo hacen obligadas y ellas tampoco tienen capacidad de decisión. Sí, una vez más, solo ciertas mujeres son libres y saben sin ni siquiera preguntarle a las demás quién decide por si misma y quién no. Ellas son las que otorgan al resto el derecho a pensar.
¿Al final sabéis qué es lo que veo con toda esta polémica? Lo de siempre. Veo una sociedad diciéndole a la mujer qué es lo que debe hacer y lo que no, señalándole cuántos centímetros de tela son aceptables y cuántos no, y en definitiva, siendo cuestionada haga lo que haga, tome la decisión que tome. Y a mí todo esto, qué queréis que os diga, me resulta agotador.
Me considero una persona plenamente consciente de la importancia de la igualdad de género. Para mí, es un tema vital. Creo que esta todavía no existe en nuestro país. Evidentemente, estamos mucho mejor que hace años y supongo que también mejor que nunca, pero igualmente pienso que seguimos lejos de conseguir la igualdad real. La igualdad de derechos ya la tenemos, pero la igualdad política, económica y social todavía está por conseguir y este es un camino que hay que recorrer día a día.
Ahora bien, es sumamente cansado tener que estar justificando -a nosotras mismas, al resto de la sociedad y al propio movimiento feminista- cada paso que damos. Cada persona es ella misma y sus circunstancias, y esto incluye las contradicciones diarias de la vida y nuestro derecho a no seguir a rajatabla los dogmas e ideologías. Creo firmemente que no hay nada más revolucionario que ser una persona libre de ataduras, libre para hacer lo que tu cuerpo te pide cada día, y esto incluye deshacerte de las cadenas que tú misma te has puesto. Ojalá lleguemos pronto a ese país en el que una mujer puede vestirse como quiera, enseñe la carne que enseñe, sin ser lapidada públicamente por ello.
Hay algo que agradeceré toda mi vida a Pepita, mi profesora
de 6º de Primaria. Y es que, a la edad de 11 años –cuando el protagonista del
libro y yo teníamos la misma edad- nos mandara a mí y a mis compañeros de clase
leer Harry Potter y la piedra filosofal.
Aquello fue un regalo para mí. A raíz de ese momento, no
sólo leí siete buenos libros, sino que entré en un Universo mágico y
maravilloso del que ya no quise –ni nunca querré- salir.
Yo tuve la inmensa suerte de ser una de esas niñas, y más
tarde adolescente, que creció al mismo tiempo que el joven mago. Tuve la suerte
de esperar cada nuevo libro como si me fuera la vida en ello. Tuve la suerte de
crear en mi cabeza un mundo, que además era compartido con muchos de
mis amigos, que más tarde ocho películas supieron retratar exactamente como
había imaginado. Harry Potter es, como las Spice Girls o El Rey León, un símbolo para la
gente de mi generación.
Años más tarde de haber descubierto Hogwarts y todo su
Universo –15 para ser exactos-, fui con el que hoy es mi marido a visitar los
estudios originales en los que se grabaron las películas. Literalmente, entramos
en El Gran Comedor, en la sala común de Gryffindor,
en La Madriguera, en el Ministerio de Magia, en el despacho de Dumbledore, en
la alacena de debajo de la escalera… aquello fue increíble.
Ahí estábamos, dos personas que habían crecido devorando los
libros de Harry Potter, hiperventilando, retroalimentándonos el uno al otro
recordando hasta el más nimio detalle de la saga. “¡Mira! ¡Es la diadema de Rowena
Ravenclaw, son las máscaras de los Mortífagos, es el retrato de la Señora
Gorda, es el Pensadero de Dumbledore...!”
Al acabar la visita, compramos un sello de Hogwarts con los
que lacramos las invitaciones de nuestra boda. Y lo hicimos como un homenaje a
esos libros en los que está todo lo que necesitas saber de la vida. Y no, no
exagero. Harry Potter nos enseña que merece la pena ser valientes, que merece
la pena ser buenos, que merece la pena ser leales a nuestros amigos y a la gente que queremos y sobre todo,
que merece la pena luchar por lo que es justo.
Muchas veces te preguntan aquello de que si existiera la
magia, qué deseo le pedirías. Y yo siempre respondo que pediría la magia en sí
misma. Pediría que Harry Potter y todo su Universo no existiese sólo en esos
libros que guardo como un tesoro y que espero que algún día lean mis hijos. Pediría haber ido a Hogwarts, evidentemente a Gryffindor, por supuesto jugando al Quidditch y está claro que alistándome en La Orden
del Fénix.
Aunque porque todo esto fuera cierto, fijaos lo que os digo,
estaría dispuesta hasta a ir a Slytherin.
Hoy se estrena la película Animales Fantásticos y dónde
encontrarlos, que ha servido para reavivar en los últimos días el espíritu de
Harry Potter. Por supuesto iré a verla, pero siendo muy consciente de que uno
va a ver este tipo de películas como quien ve el reencuentro de Operación
Triunfo: porque quiere revivir las sensaciones que tuviste cuando descubriste
todo aquello y recordar quién eras entonces. Como cuando fui a ver El hobbit para reencontrarme con
Rivendel, La Comarca, y todo lo demás.
Pero no es lo mismo, porque ninguno de esos momentos va a
volver. Y ojo, eso está bien. Es un poco por la misma razón por la que no
quiero que vuelva Friends, o por la que no voy a leer Harry Potter y el legado
maldito, porque no forma parte de la saga, porque Harry Potter fue perfecto
tal y como fue y así debe permanecer, y porque es imposible que una segunda parte
cumpla con las expectativas de lo que cada uno de nosotros hemos imaginado
sobre cómo es la vida en Hogwarts todos estos años después.
Harry Potter y su universo permanecerán para siempre en los
corazones de los niños que le leímos, le admiramos y hasta le envidiamos, y su
mundo es un lugar común entre todos nosotros al que siempre podremos volver. Y ésa es la mayor de las suertes.
pd: una prueba tangible de que Harry Potter ha creado un impacto real en toda una generación de jóvenes es algo que hoy cuento en elmundo.es, una organización de activismo fan que descubrí hace poco y que me ha emocionado profundamente. ¡Maravillas de este mundo!
[AVISO: Este reportaje es, en realidad, antiguo. Está escrito en junio de 2016 y por, tanto, los datos que en él se dan, aunque en su momento eran exactos, no se corresponden con los actuales. Lo escribí con la idea de publicarlo en un medio, pero por cosas de la vida se quedó guardado en el cajón y ahora no me parecía honesto publicarlo tal cual... Aún así, creo que la historia que cuenta merece ser contada, así que por eso resucito mi antiguo blog para publicarlo. Espero que os guste.]
Caroline y la familia siria de acogida en una de sus primeras fotos de grupo.
Cuando el pasado 3 de
abril Jordi Évole le preguntó a Mariano Rajoy por qué España todavía no había
recibido ni a 20 de los 16.000 refugiados que se comprometió a acoger en su día,
el presidente del Gobierno en funciones le contestó que, desgraciadamente, “las decisiones que toma la Unión Europea
(UE) no van todo lo rápido que me gustaría”.
Nuestro país aceptó en
septiembre la reubicación de 16.000 refugiados. Sin embargo, hasta la fecha, sólo
han llegado 124, según ACNUR. Y aunque esta cifra no supone ni un 0,7% del
total asignado a España, esto no impide al Ministerio del Interior difundir comunicados de prensa en los que afirma que somos el cuarto país de la UE que
mayor número de refugiados procedentes de Grecia e Italia reubica.
A pesar de que Rajoy se esforzara en subrayar
en aquella entrevista que España no era el único país que estaba incumpliendo
sus cuotas porque “estas cosas van lentas”, lo cierto es que hay claros ejemplos
que demuestran que la realidad puede ser otra para miles de personas. Existe un
país que, desde el otro lado del charco, está dando una lección a toda Europa
sobre cómo integrar a aquel que lo ha dejado todo atrás. En Canadá, el famoso
#RefugeesWelcome es más que un hashtag de Twitter o un cartel colgado en la
fachada de un Ayuntamiento.
Desde noviembre, el país norteamericano ha dado
la bienvenida a 27.580 sirios que han llegado a suelo canadiense para empezar
una nueva vida lejos de la represión y la violencia. De todos ellos, más de
9.000 han sido reubicados a través de un sistema de acogimiento del que tanto
el gobierno como la ciudadanía se sienten bastante orgullosos. Se trata del
programa Sponsor a Refugee, cuya traducción literal sería algo así como “esponsorizar
a un refugiado”, aunque quizás un término que se entienda mejor en castellano,
aunque tampoco le sería del todo fiel, sería el de “apadrinamiento”.
Este plan, dotado con 100 millones de dólares
canadienses -unos 68 millones de euros
-, se lanzó en noviembre, tan sólo unos días después de que el Primer Ministro
Justin Trudeau alcanzara al poder. En él quedaba establecido que, de los 25.000
solicitantes de asilo que llegaran al país, una gran parte sería reasentada por
la Administración, pero otra, por los propios ciudadanos.
Ciudadanos anónimos
Así, los canadienses que quisieran participar
en la acogida de una familia refugiada podían hacerlo a través de un programa
específico en el que, de forma privada, ayudarían a un grupo de refugiados a empezar
de cero en su país. El Gobierno estableció cinco como la cifra mínima de
ciudadanos mayores de 18 años que podían agruparse para poner en marcha todo lo necesario para acoger
a una familia: vivienda, ropa, transporte, atención sanitaria o ayuda con el
idioma, entre otros.
Elizabeth Bromstein es una de las fundadoras de
estos grupos de acogida. Publicista de 44 años y con una hija de tres “que está
deseando conocer a su nueva amiga”, la niña de dos años hija de la pareja de
sirios que su grupo, formado por 12 personas, acogerá en breve, cuenta que
decidió formar parte de esto, sencillamente, “porque era lo correcto, lo que
había que hacer”. “Mucha gente quiere
ayudar con muchas cosas que van mal en el mundo pero no sabe por dónde empezar,
y lo bueno del programa de ‘esponsorización’ es que te da una solución clara,
algo que realmente puedes hacer”, explica.
Dijimos 'ya es suficiente'
A Caroline Pandeli, cineasta e hija de padre
sirio, la guerra en el país donde pasó todos los veranos de su infancia le
hacía sentir impotente. Aunque quería, no encontraba forma de ayudar. Pero
entonces llegó la foto de Aylan, ese niño de tres años que apareció muerto en la
playa turca de
Bodrum tras hundirse la barca en la que huían. A raíz de su publicación, dice, “la
gente a la que conocía empezó a actuar de una forma nunca vista. Fue el momento
en el que los canadienses dijeron, por fin, que ya era suficiente”.
A
raíz de la foto que dio la vuelta al mundo, una de sus compañeras de trabajo
creó un grupo en Facebook en el que anunciaba que, como madre, no iba a
quedarse de brazos cruzados ante esa situación, y que iba a hacer lo que
estuviera en su mano para ayudar. Caroline le escribió, y poco a poco, se
juntaron seis personas dispuestas a
acoger a una familia.
Antes
de empezar los trámites de acogida con el Gobierno, realizaron una gala para
recaudar fondos en la que consiguieron 34.000 euros. Con el dinero en sus manos,
pusieron en marcha el papeleo esa misma semana. Así, Caroline y otras cinco
personas más dieron la bienvenida, en febrero de este año, a una familia de
tres miembros procedente de Homs (Siria), que hasta entonces había estado
viviendo en un campo de Beirut (Líbano) esperando a ser reasentados en otro
país.
Caroline y la familia siria de acogida llevan juntos a los niños al parque.
Como
un intercambio
Al aterrizar
en Canadá, explica Caroline, “estaban muy confundidos y asustados, no sabían
nada del programa de ‘apadrinamiento’, y tuvimos que explicarles en qué
consistía”. “Una hora más tarde, ya se referían a nosotros como “su familia” y
estábamos echándonos fotos juntos”, dice esta joven de 30 años, que explica que
ella y el resto del grupo les han proporcionado a la familia un apartamento
amueblado, les han ayudado a buscar médico, a abrirse una cuenta en el banco, a
contratar Internet y teléfono móvil y a aprender inglés, entre otras muchas cosas.
“Pero
lo más emotivo y quizás menos esperado es que, al final, esto acaba siendo más bien
un intercambio: ellos me han dado a mí tanto como yo a ellos, no sólo porque me
hayan conectado con mi pasado sirio, sino porque me han dado perspectiva. La
posibilidad de, como ciudadana, poder acoger a una familia refugiada te hace
darte cuenta de lo lejos que pueden llegar tus acciones”, explica esta
canadiense, que cuenta que se reúne habitualmente con sus amigos sirios para
tomar café, hacer picnics en el parque o llevar a los niños a actividades
extraescolares.
Caroline y el grupo de acogida comen habitualmente con la familia siria.
Según
ha establecido el Gobierno, los ciudadanos deberán hacerse cargo de los gastos
de la familia refugiada durante los 12
primeros meses desde su llegada a Canadá o hasta que sean autosuficientes. “La
mayoría de los programas duran un año, pero en algunas ocasiones la asistencia
puede alargarse hasta tres”, explican desde el Gobierno, que ha
puesto en marcha una web en la que piden a las empresas que se impliquen
directamente y contraten a personas refugiadas. Como la autosuficiencia es, precisamente,
el objetivo último del programa, los miembros del grupo deben ayudar a los
adultos de la familia refugiada a buscar trabajo, pero nunca podrán forzarlos a
aceptar cualquier oferta que les llegue.
Familias
a la espera
La
familia de Caroline ya está a medio camino. El padre ha encontrado trabajo en
una carnicería, y en estos momentos, el grupo
está trabajando para que la madre pueda cumplir su sueño de abrir una
peluquería.
Sin
embargo, la familia a la que Elizabeth y sus compañeros de trabajo acogerán
todavía no ha llegado, ni se sabe cuánto lo hará. Podría ser dentro de unas
semanas o incluso meses. Tal y como explica ella misma explica, “creo que el Gobierno
se dio mucha prisa con las primeras 25.000 solicitudes, pero luego paralizó las
otras, y nosotros estamos listos para recibir a nuestra familia y hemos
trabajado muchísimo para que esto sea posible, pero no sabemos cuándo van a
venir”. Su visión es parecida a la de Caroline, que sostiene que hay “muchos
grupos con pisos totalmente amueblados y el dinero preparado pero cuyas familias
no tienen fecha de llegada”.
Elizabeth
también pone de manifiesto que, desde su punto de vista, acoger a 25.000
personas no es algo descabellado para un país como el suyo: “A la gente de
Canadá le encanta presumir de esto, pero la realidad es que podemos permitirnos
ser generosos. Otros países, como Turquía, sí están literalmente desbordados,
pero Canadá no está en esa situación”.
Mejor integración
Por
su parte, Caroline cree que no debería de existir un límite al número de
refugiados que los ciudadanos canadienses pudieran acoger: “Ésta es una forma
muy efectiva que tienen los países de lidiar con esta crisis, porque no consume
recursos del Estado y está demostrado que los refugiados que son acogidos por
ciudadanos se integran mejor que los que son asistidos por el Gobierno”.
Aunque
es difícil contrastar la veracidad de tal afirmación, lo cierto es que el
relato de Caroline habla por sí mismo. Por el momento, ambas partes están más que
felices con cómo ha ido todo. “La semana pasada estuve de vacaciones en París,
y toda la familia me llamó para decirme lo mucho que me echaba de menos.
También han comprado un regalo para el cumpleaños de mi sobrino, porque
aseguran que mi familia es su familia. Son sólo dos ejemplos de lo mágico que
es este programa”, explica entusiasmada.
El hijo sirio de la familia de acogida, de cuatro años, sonríe en Toronto.
Al
mismo tiempo, las personas a las que han ayudado a empezar una nueva vida se
están adaptando muy bien a su nuevo país.“El otro día, sin ir más lejos, íbamos con ellos por la calle cuando
saludaron a una familia canadiense. Les preguntamos de qué los conocían y nos
dijeron que los habían invitado a tomar café la tarde de antes. La hospitalidad
árabe es increíble y no conoce fronteras”, dice Caroline, que cree que los
sirios a los que han dado la bienvenida están muy agradecidos “no sólo porque
se les ha dado una segunda oportunidad en la vida, sino porque se ha hecho con
respeto y dignidad”.
Mientras
que de un lado del mundo lleguen historias de éxito como estas, Europa celebró
hace pocos días el Día Mundial del Refugiado inmersa en una crisis que está
poniendo en peligro sus propios cimientos fundacionales y que no parece que
vaya a solucionarse con el acuerdo firmado con Turquía. Van pasando los días y
cada mañana aparece una nueva foto, una
nueva historia, un nuevo escándalo que revela la incapacidad –o la falta de
voluntad- del viejo continente para dar una salida digna a miles de personas.
La idea de Austria de internar a los refugiados en islas es sólo la última
ocurrencia dentro de una sucesión de infamias. Los compromisos están ahí, pero
sea por la razón que sea, no se cumplen.
Pero
los ejemplos existen. Ahí está Canadá, que a través de un sistema,
probablemente mejorable, y con certeza
imperfecto, ha acogido ya a más refugiados que Suecia, Bélgica, Portugal,
Finlandia y Austria juntos. Y lo ha
hecho dándoles a los ciudadanos la posibilidad de participar de primera mano en
este proceso: “Gracias a este programa me he dado cuenta de lo poderosa que es
la gente corriente. Hemos sido capaces de crear puntos de información, grupos
de donación de muebles, de ropa y mucho más. Nos hemos convertido en una gran
comunidad que ha conseguido hacer ver a nuestro Gobierno, y a todo el mundo, lo
decididos que estábamos de ayudar a otras personas”, concluye Caroline.